44. Nadie puede llegar hasta mí si el Padre que me envió no tira de él, y yo lo resucitaré el último día.
45. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”; todo el que escucha al Padre y aprende se acerca a mí.
46. No porque alguien haya visto personalmente al Padre, excepto el que procede de Dios; ése ha visto personalmente al Padre.
47. Pues sí, os lo aseguro: El que cree posee vida definitiva.
48. Yo soy el pan de la vida:
49. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron;
50. éste es el pan que baja del cielo para comerlo y no morir.
51. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que come pan de éste vivirá para siempre. Pero, además, el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva.
Explicación.
Jesús pone al descubierto la actitud que delatan sus críticas (43-44). No reconocen que Dios es Padre y dador de vida y que quieren comunicarla al hombre, sacándolo de toda esclavitud (5,37s). El Padre empuja hacia Jesús, porque éste es su don, la expresión de su amor a la humanidad. Ellos, a quienes no interesa el bien del hombre, no esperan ese don ni lo desean. Jesús es el dador de la vida definitiva (resurrección); “el último día”, el de su muerte (cf. 5,39).
Jesús reinterpreta el texto de Is 54,13 (cf. Jr 31,33s) (45); del Padre no se aprende a observar la Ley, sino a dar adhesión a Jesús. El texto del profeta mencionaba a “los hijos de Jerusalén”; Jesús suprime esta mención y universaliza el sentido. El término “Dios” del profeta queda sustituido por “el Padre”. El Padre dador de vida enseña a amar al hombre. Quien perciba esto se sentirá atraído hacia Jesús, que libera a los débiles. No hace falta una experiencia extraordinaria; a los judíos les bastaba prestar atención a su antigua historia para comprender que Dios está a favor de los oprimidos (46). Únicamente Jesús, que ha tenido la plena experiencia de Dios como Padre, puede explicar lo que es Dios.
Efecto de la adhesión a Jesús es poseer una plenitud de vida que realiza al hombre haciéndolo superar la muerte (47) y asegurando así el éxito de su liberación. Jesús, pan de vida, se contrapone al maná, que no consiguió llevar al pueblo a la tierra prometida (Nm 14,21-23); Jos 5,6; Sal 95,7ss). La asimilación a Jesús evita el fracaso del hombre (para comerlo y no morir). Incesante comunicación de vida procedente de Dios (baja del cielo), que el hombre debe hacer suya (comerlo).
Siguiendo la simbología del éxodo, pasa de la figura del maná a la del cordero (51: mi carne).
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