Primera
Lectura: Job 9:1-12, 14-16
1Respondió
Job:
2Sé
muy bien que es así:
que
el hombre no lleva razón con Dios.
3Aunque
pretenda pleitar con él,
no
le responderá de mil razones una.
4Sabio
de mente, rico de fuerza,
¿quién
le resiste y queda ileso?
5Él
desplaza las montañas de improviso
y
las vuelca con su cólera;
6estremece
la tierra en sus cimientos
y
sus columnas retiemblan;
7manda
al sol que no brille
y
guarda bajo sello las estrellas;
8él
solo despliega el cielo
y
camina sobre el dorso del mar;
9creó
la Osa y Orión,
las
Pléyades y las Cámaras del Sur;
10hace
prodigios incomprensibles,
maravillas
sin cuento.
11Si
cruza junto a mí, no lo veo,
pasa
rozándome y no lo siento.
12Si
agarra una presa, ¿quién se la quitará?,
¿quién
podrá decirle: “¿Qué estás haciendo”?
14¡Cuánto
menos podré yo replicarle
o
escoger argumentos contra él!
15Aunque
tuviera yo razón, no recibiera respuesta,
tendría
que suplicar a mi adversario;
16aunque
lo citara para que me respondiera,
no
creo que me hiciera caso;
EXPLICACIÓN.
9-10. Segundo discurso de Job. Después de las razones
insulsas de Bildad, especie de paréntesis irrelevante, Job avanza otro buen
trecho en su camino audaz, empalmando consigo mismo. Inútil detenerse en
refutar a Bildad: puede conceder tranquila e irónicamente lo que éste ha dicho
y puede conceder más, y puede competir con los amigos en cantar la grandeza de
Dios. ¿Qué concluye esto? Precisamente lo contrario, la crueldad de Dios.
Bildad ha proclamado la justicia de Dios concebida en términos de un juez que
retribuye a buenos y malos; Job lo niega rotundamente: Dios no distingue entre
inocentes y pecadores cuando envía sus calamidades, y si distingue, es para dar
ventaja a los malvados. Pero no es ésta la justicia que le preocupa a Job, la
del juez imparcial. Cada vez más se apodera del protagonista la idea de un
pleito con Dios, en que Dios sea llamado a causa y tenga que discutir y
responder a Job, y tenga que reconocer finalmente la inocencia de Job. Junto a
esta victoria judicial, lo demás no contará, ni siquiera su propia vida. Al
mismo tiempo que la idea lo penetra, Job reconoce lo descabellado del proyecto:
¿estaría Dios dispuesto a comparecer, a responder, a dejarse vencer con los
argumentos de Job? Por la fuerza, Dios lo puede; argumentando, Dios lo
envuelve; ante la justicia, Dios es soberano; un intento de purificarse sería
vano. Con todo, la idea del pleito persiste, y Job sueña con el imposible de
encausar a Dios ante un tribunal superior. Es absurdo, y sin embargo Job
compone mentalmente y pronuncia el discurso fingido que pronunciaría contra
Dios (capítulo 10): es una acusación implacable, basada sobre todo en la
conducta de Dios con la propia obra; acusación de malos tratos y denuncia de
perversas intenciones secretas.
En la dinámica de la obra, el lector ha de tener siempre
ante la vista a Dios que mira y escucha sin que Job lo vea. Finalmente ¿da Job
la razón a Satán?, ¿maldice a Dios en este discurso? En el plano de Satán no,
porque éste apostaba que la religiosidad de Job era interesada, y aquí la
relación de Job con Dios es más desinteresada que nunca, hasta el desprecio de
la propia vida. Tampoco son sus palabras una blasfemia despechada, sino más
bien expresan una terrible sed de justicia, referida en último término a Dios.
Eso sí, las palabras de Job no son una bendición resignada y simple, como en el
prólogo. Por debajo de la desesperación alienta la esperanza; a pesar de todo,
su justicia la busca en Dios.
9,2-4. Job da la razón a Elifaz repitiendo sus palabras
(4,17). Enseguida traspone la cuestión a otro plano, el que le preocupa, el de
Dios. Dios siempre tiene razón: inútil discutir, argüir, enfrentarse con él.
Más grave, es una razón que muchas veces no entendemos. Con todo, el hombre
como Jacob en Gn 32, no ceja en su lucha con Dios, aunque salga siempre cojeando.
9,5-10. Breve himno en el estilo de los salmos. Es el
Dios terrible de las teofanías cósmicas, que trastorna sus propias criaturas:
la firmeza de las montañas, el ritmo regular de los astros.
9,5-7. Terremoto y tinieblas se juntan con frecuencia en
la teofanía: Hab 3; Sal 18; Is 13,10-13; 24; Joel 2,10; 3,15-16. Dentro del
libro: 14,18; 18,4 y el cap. 26.
9.8. Véanse is 44,24; 51,13; Jr 10,12; 51,15; Zac 12,1.
9,9. Véanse 38,31; Am 5,8. Quizá se trate de las cámaras
del viento sur, según 37,9 y Sal 78,26.
9,10. Termina su primera parte citando otro verso de
Elifaz, 5,9.
9,11-12. De lo cósmico pasamos a lo humano, de la
grandeza a la sutileza. Extraña cercanía de Dios, palpable e imperceptible,
próximo e invisible. Se puede recordar 1 Re 19. Sobre el v. 12b puede verse 2
Sm 16,10 y Ecl 8,4.
9,12-13. Estas imágenes completan la visión cósmica con
un aspecto desconcertante, o quizá la canalizan hacia esta aplicación
irracional. Dios enojado, victorioso, prepotente. Como si Dios se burlase de la
pobre teodicea humana, y el hombre tuviera que echar mano de imágenes
inhumanas.
9,15-19. Al tropezar con esta irracionalidad oprimente,
Job se refugia en una serie de oraciones irreales, como posibilidades que va
ofreciendo la fantasía y que la lucidez del sufrimiento va descartando.
Salmo
Responsorial: Salmo 88:10-15
10y los ojos
se me nublan de pesar.
Te llamo,
Señor, todo el día
tendiendo las palmas hacia ti.
tendiendo las palmas hacia ti.
11 ¿Harás tú
maravillas por los muertos?,
¿se alzarán
las sombras para darte gracias?
12¿Se anunciará en el sepulcro tu lealtad
12¿Se anunciará en el sepulcro tu lealtad
o tu fidelidad
en el reino de la muerte*?
13¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla
o tu justicia en el país del olvido?
13¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla
o tu justicia en el país del olvido?
14Yo a ti,
Señor, te pido auxilio:
de mañana irá
a tu encuentro mi súplica.
15¿Por qué, Señor, rechazas mi aliento
15¿Por qué, Señor, rechazas mi aliento
y me escondes
tu rostro?
88,11-13 Tema clásico (Sal 30,10; Is 38, 18s; Eclo 17,27s) expuesto aquí
con especial vigor. Revelar es revelar a alguien: los muertos no son alguien a
quien Dios pueda revelar sus cualidades. Los repa'im son las
sombras o manes o ánimas de las creencias populares. "Anunciar" o
contar: verbo frecuente en el salterio. "La tiniebla": léase el
desarrollo en Job 10. "Tierra del olvido": expresión única; compárese
con Sal 31,13; Ecl 9,5.
88,11 * O: milagros.
88,14 La mañana es el tiempo clásico de ser escuchados y recibir favores
divinos. El orante todavía subsiste en el ritmo de día y noche (2), pero tiene
prisa porque el tiempo se acaba.
88,15 Pero en vez de favor, recibe rechazo, y al amanecer ve cubierto el
rostro de Dios: en contraste Sal 17,15.
Transposición cristiana.
Los comentaristas
antiguos ponen este salmo en boca de Jesús en Getsemaní y en la cruz. La
certeza de la resurrección no le ahorró la amargura de la copa que el Padre le
alargaba: Mc 14,33; Lc 22,44. Al morir él, toda la tierra quedó en tinieblas.
Hay que dejar al salmo que, sin paliativos, desarrolle todo su patetismo y nos
ayude a contemplar la trágica grandeza de la muerte de Jesús. Sólo así mostrará
toda su fuerza la resurrección. Ahora por los muertos "hace
prodigios".
Evangelio: Lucas 9:57-62
57 Mientras iban por el camino, le dijo uno: - Te seguiré adondequiera que vayas. 58 Jesús le respondió: - Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. 59 A otro le dijo: - Sígueme. Él respondió: - Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. 60 Jesús le replicó: - Deja que los muertos entierren a sus propios muertos; tú vete a anunciar por ahí el reinado de Dios. 61 Otro le dijo: - Te seguiré, Señor, pero permíteme despedirme primero de mi familia. 62 Jesús le contestó: - El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios.
EXPLICACIÓN.
Los setenta. 57-62. Llamada. Cuando los mensajeros, discípulos procedentes del judaísmo, han fracasado en su misión precursora, se abre un nuevo horizonte de discipulado. Nuevos discípulos, en número de tres, como los primeros mencionados (5,8-11); estos anónimos tipifican el nuevo grupo, de procedencia samaritana.
El primero se ofrece espontáneamente y sin condiciones, mira al futuro (37); el Hombre, labor infatigable, desarraigo de todo (58). El segundo es invitado (59); el padre, figura de la tradición (vínculo con el pasado), muerta como los que se atienen a ella (cf. Mt 8,21) (69). El tercero se ofrece, pero se siente ligado a su ambiente (61: mi casa/familia, figura de Samaría): la opción por el Reino universal rompe con todo particularismo (62).
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