6. Apareció un hombre enviado de parte de Dios, su nombre era Juan; éste vino para un testimonio,
7. para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen a creer.
8. No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz.
9. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y clérigos a preguntarle:
-Tú, ¿Quién eres?
20. Él lo reconoció, no se negó a responder; y reconoció esto:
- Yo no soy el Mesías.
21. Le preguntaron:
- Entonces, ¿qué? Eres tú Elías?
Contestó él:
-No lo soy.
-¿Eres tú el Profeta?
Respondió:
-No.
22. Entonces le dijeron:
-¿Quién eres? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Cómo te defines tú?
23. Declaró:
- Yo, una voz que grita desde el desierto: “Enderezad el camino del Señor” (como dijo el profeta Isaías).
24. Había también enviados del grupo fariseo,
25. y le preguntaron:
- Entonces, ¿por qué bautizas, si no eres tú el Mesías ni Elías ni el Profeta?
26. Juan les respondió.
- Yo bautizo con agua; entre vosotros se ha hecho presente, aunque vosotros no sabéis quién es,
27. el que llega detrás de mí; y a ése yo no soy quién para desatarle la correa de las sandalias.
28. Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Explicación.
En medio de la antigua humanidad y de la dialéctica luz/tiniebla se presenta Juan (6-8), mensajero enviado por Dios para dar testimonio a los hombres acerca de la luz/vida, avivando la percepción de su existencia y el deseo de alcanzarla; de rechazo, denuncia la tiniebla y su actividad. Su bautismo simbolizará la ruptura con la tiniebla.
19-28. Testimonio de Juan, que había sido anticipado en 1,6-8. En la primera parte, la triple negación (1,19-23) desarrolla la frase de 1,8: No era él la luz. La segunda parte, sobre el que había de venir (24-38) explicita su testimonio en favor de la luz (1,7-8).
La actividad de Juan, que despierta en el pueblo el deseo de vida y plenitud (1,6), alarma a las supremas autoridades religioso-políticas (Jerusalén) (19). Preguntas: el Mesías era el salvador esperado; Elías, el precursor que había de preparar su llegada; el Profeta, el segundo Moisés (20-21). Las tres figuras encarnaban aspectos de la salvación como poseedores y transmisores del Espíritu (Is 11,2; 2 Re 2,9-15; Dt 18,15.18; cf. Nm 11,16s). Para Jn, Jesús es el único que posee y comunica el Espíritu (1,32), y en él se integran las tres figuras mencionadas. Juan Bautista es sólo una voz; su mensaje va dirigido a las autoridades, acusándolas de haber torcido el camino del Señor (Is 40,3) (22-23). Esta acusación indica la postura de Juan y el sentido que imprime a su actividad.
El grupo fariseo acusa a Juan de usurpador (25). El bautismo o inmersión en el agua era símbolo de muerte a un pasado, para comenzar una vida diferente; en el caso de Juan, simbolizaba la ruptura con la institución judía y la ideología propuesta por ella (1,5-8: la tiniebla). Suscitando en el pueblo el deseo de vida, Juan quiere emanciparlo de la sumisión a las instituciones que cierran el camino a Dios (23). Promueve, por tanto, un movimiento popular que muestra su desacuerdo con el sistema religioso.
Su bautismo no es el definitivo. El salvador está presente y él no puede tomar su puesto (1,27: desatarle la correa de las sandalias). La imagen alude a una costumbre matrimonial judía: Jesús tiene derecho preferente a ser el Esposo. Se alude a la antigua alianza, donde Dios se llamará el Esposo del pueblo (Is 54; 62; Jr 2; Ez 16; Os 2,4ss). Se establece, por tanto, una alianza nueva, una nueva relación entre Dios y los hombres; en ella, la figura que requiere la adhesión y la fidelidad de los hombres (El esposo) es Jesús, el Hombre-Dios (2,1-11) (24-27).
Betania, al otro lado del Jordán (28), fuera del territorio de Israel, será el lugar de la comunidad de Jesús (10,40-42).
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